PORQUE PASA LO QUE PASA
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Don Pedro Mir decía que somos “un país colocado en el mismo trayecto del sol”, pero ciertamente estamos colocados también “en el mismo trayecto” de los huracanes y toda la variopinta gama de disturbios tropicales, desde la humilde vaguada, hasta el temible ciclón.
Los huracanes están en las tradiciones de los pueblos indios que primero habitaron el Caribe y están en los diarios de viajes de Cristóbal Colón y demás conquistadores españoles a veces descritos de una manera tan vívida que da gusto leer tales páginas.
El levantisco Roldán y el temerario Bobadilla murieron precisamente en la flota hundida por un huracán luego que Ovando no hizo caso a las advertencias de Colón para que no lanzara las naves a la mar. Impedido por Ovando de guarecerse en el Ozama, el mismo Almirante hubo de refugiarse a la bahía que llamó Puerto Hermoso de los Españoles, hoy Calderas.
Más de 500 años después tales fenómenos son casi parte de nuestra identidad, como lo fueron de la de los indígenas, a tal punto que a veces cantamos con Milanés “Amo esta isla/soy del Caribe/Jamás podría pisar Tierra Firme/ porque me inhibe”.
Lo impresionante es que a 515 años estemos incapacitados para ver tales fenómenos como lo natural que son y los contemplemos como una desgracia. Eso se debe probablemente, a que nos vemos retratados en la tragedia de quienes van a dar con sus miserias a las orillas de los ríos y a otras regiones peligrosas.
Ese es un problema. El otro, y más serio, es que contamos con toda la tecnología de las comunicaciones: desde el simple teléfono celular, hasta la Internet y el sistema de posicionamiento global o GPS que nos permiten hacer milagros de información en segundos…
Pero no tenemos la organización comunitaria que completaría el milagro de eficiencia en la gestión de la solidaridad que evitaría muchas desdichas.
Un documental reciente mostraba cómo están preparadas algunas poblaciones japonesas para la eventualidad de un tsunami. Han calculado el tiempo que toma evacuar a millares de personas, la ruta a seguir, etcétera, etcétera.
Más cerca de aquí, en Cuba, las organizaciones barriales hace décadas tienen organizado el desplazamiento de los residentes en zonas de peligro, los lugares a donde llevarán sus pertenencias y a donde las recogerán y éstos conocen hasta los nombres de quienes velan por los cachivaches que hacen posible la cotidianidad.
No es nada nuevo ni demasiado complicado. Sólo faltan la disposición y los recursos con el debido y continuo entrenamiento que mantiene la máquina engrasada.
Nosotros vamos en el camino contrario a aquellos pueblos. Lejos de tener más clubes, más sindicatos, más cooperativas, más juntas de vecinos y organizaciones comunitarias que hace dos o tres décadas—y con las cuales gestionar los esfuerzos y la solidaridad—; hoy tenemos menos y más dispersas instituciones vecinales.
MAS EN www.perspectivaciudadana.com
Los huracanes están en las tradiciones de los pueblos indios que primero habitaron el Caribe y están en los diarios de viajes de Cristóbal Colón y demás conquistadores españoles a veces descritos de una manera tan vívida que da gusto leer tales páginas.
El levantisco Roldán y el temerario Bobadilla murieron precisamente en la flota hundida por un huracán luego que Ovando no hizo caso a las advertencias de Colón para que no lanzara las naves a la mar. Impedido por Ovando de guarecerse en el Ozama, el mismo Almirante hubo de refugiarse a la bahía que llamó Puerto Hermoso de los Españoles, hoy Calderas.
Más de 500 años después tales fenómenos son casi parte de nuestra identidad, como lo fueron de la de los indígenas, a tal punto que a veces cantamos con Milanés “Amo esta isla/soy del Caribe/Jamás podría pisar Tierra Firme/ porque me inhibe”.
Lo impresionante es que a 515 años estemos incapacitados para ver tales fenómenos como lo natural que son y los contemplemos como una desgracia. Eso se debe probablemente, a que nos vemos retratados en la tragedia de quienes van a dar con sus miserias a las orillas de los ríos y a otras regiones peligrosas.
Ese es un problema. El otro, y más serio, es que contamos con toda la tecnología de las comunicaciones: desde el simple teléfono celular, hasta la Internet y el sistema de posicionamiento global o GPS que nos permiten hacer milagros de información en segundos…
Pero no tenemos la organización comunitaria que completaría el milagro de eficiencia en la gestión de la solidaridad que evitaría muchas desdichas.
Un documental reciente mostraba cómo están preparadas algunas poblaciones japonesas para la eventualidad de un tsunami. Han calculado el tiempo que toma evacuar a millares de personas, la ruta a seguir, etcétera, etcétera.
Más cerca de aquí, en Cuba, las organizaciones barriales hace décadas tienen organizado el desplazamiento de los residentes en zonas de peligro, los lugares a donde llevarán sus pertenencias y a donde las recogerán y éstos conocen hasta los nombres de quienes velan por los cachivaches que hacen posible la cotidianidad.
No es nada nuevo ni demasiado complicado. Sólo faltan la disposición y los recursos con el debido y continuo entrenamiento que mantiene la máquina engrasada.
Nosotros vamos en el camino contrario a aquellos pueblos. Lejos de tener más clubes, más sindicatos, más cooperativas, más juntas de vecinos y organizaciones comunitarias que hace dos o tres décadas—y con las cuales gestionar los esfuerzos y la solidaridad—; hoy tenemos menos y más dispersas instituciones vecinales.
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